2 de julio de 2008

No seas tan cruel

El experimento sobre obediencia de Stanley Milgram.
Stanley Milgram fue un psicólogo de la universidad de Yale, quien en 1960 realizó un experimento con más de mil personas para descubrir el origen de la obediencia ciega y sumisión a la autoridad. Quería descubrir hasta dónde podía llegar el ser humano a obedecer, aún cuando la orden fuera dañar a una persona inocente.
Existen dos versiones sobre qué fue lo que incitó a Milgram a la realización del estudio. La primera se relaciona con el juicio de Adolf Eichmann, quien fue condenado a muerte por crímenes contra la humanidad durante el nazismo. Él fue el encargado de planear el proceso de recoger, transportar y exterminar a los judíos. Cuando fue juzgado, él dijo no entender por qué los judíos lo repudiaban ya que sólo estaba siguiendo órdenes. En la cárcel, escribió en su diario: “Las órdenes eran los más importante para mi vida, y tenía que obedecerlas sin discusión”.
A Milgram le intrigó cómo una persona común y corriente podía someterse a la autoridad y cometer atrocidades contra otras personas.

La segunda corresponde al experimento del psicólogo social Salomon Asch, quien había realizado estudios sobre presión grupal, y como resultado había encontrado una gran conformidad que presentaban los sujetos al contestar mal a preguntas que, aunque sabían que la respuesta era incorrecta, respondían de esa forma por seguir a la mayoría –cómplice del experimentador, que contestaba mal apropósito-. Quienes elegían responder correctamente, yendo en contra de la mayoría, se sentían molestos y descubiertos.

Cualquiera sea la inspiración de Milgram, comenzó el experimento publicando un aviso en el cual solicitaba personas (1) de veinte a cincuenta años, de diversas clases sociales y roles laborales, que estuvieran dispuestos a donar una hora de su tiempo para ganar cuatro dólares en un experimento sobre la memoria.
Concurrían personas de a pares, y se les repartían papeles con el rol que representarían en el experimento. Uno de ellos sería el profesor, y otro el alumno. Se les explicaba que era un estudio sobre la influencia del castigo en la memoria, y de cómo éste podía influir en la capacidad de recordar lo aprendido. En realidad, los dos papeles contenían el rol de profesor, ya que quien participaba como alumno era un actor cómplice del experimento.

El experimento consistía en lo siguiente: el “profesor” leía una pareja de palabras y el “alumno” –quien estaba sentado en una silla eléctrica en otra habitación-, cuando se le leía la primera palabra solamente, debía responder la que acompañaba a la primera. Si el alumno respondía incorrectamente, recibía una descarga eléctrica. La descarga comenzaba en 15 voltios, y terminaba en los 450.
El profesor sentaba en una silla eléctrica antes de comenzar, y se le realizaba una descarga de 45 volteos, para que supiera lo que se sentía. Luego se dirigía a otra habitación, en dónde sería supervisado en todo momento por un experimentador(2). El profesor y el alumno se hablaban mediante un comunicador.
En realidad las descargas eléctricas hacia el alumno no existían, sino que previamente se había pautado la actuación de dolor: a partir de los 150 voltios el “alumno” gritaría de dolor y exigiría abandonar el experimento, más avanzadas las descargas, gritaría agonizante que no puede ya soportar el dolor. Luego de los 300 voltios, el alumno dejaba de responder y no daba señal de vida.

Como era de esperarse, el profesor se ponía muy nervioso y consultaba reiteradas veces a la “autoridad” más cercana, el experimentador. Éste le daba cuatro tipos de respuestas: “Por favor continúe”, “el experimento requiere que continúe”, “es absolutamente esencial que necesario que continúe” y “no tiene elección, debe continuar”. Si el alumno se negaba a continuar luego de las anteriores, el experimento terminaba.

Las reacciones de los profesores variaban: algunos reían nerviosamente, otros se alteraban y enojaban. Pero había un denominador común: a todos les interesaba, en algún momento del experimento, quién se hacía responsable de lo que sucediera. En el video original hay un dialogo entre el profesor y el experimentador que ilustra esto.
P: ¡Él podría estar muerto allí! ¿Quién va a hacerse responsable por esto?
E: Yo me hago responsable por todo lo que sucede aquí. Continúe.
P: Está bien.
Es increíble escuchar esta conversación, y ver que luego el profesor continúa aplicándole las descargas cuando se cree desligado de toda culpa, de toda responsabilidad por los actos que está cometiendo.
Más increíble es aún, saber que el 63% de las personas que se les asignó el papel de profesor, aceptó darle descargas eléctricas al otro, llegando hasta los 450 voltios, sólo porque se lo decía el experimentador.
Cuando al finalizar el experimento se les preguntaba cómo se habían sentido y por qué habían continuado, la mayoría contestaba “usted me dijo que continuara”.


Disonancia cognitiva
Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

La experiencia realizada por Milgram se relaciona íntimamente con la teoría de disonancia cognitiva, planteada por el psicólogo León Festinger.

La disonancia –o incongruencia- es un choque entre dos opiniones o sentimientos contrarios en una persona. Por ejemplo: si fumo, sé que estoy dañando mis pulmones. Sin embargo, encuentro una excusa cómo “no puedo dejarlo”, “es parte de mí”, “hay mucha gente que fuma y no tiene enfermedades”, para eliminar la disonancia.

En el caso del experimento de obediencia, el sujeto se encuentra ante este conflicto interno del cual ansía salir rápidamente. Él sabe que someter a otro ser humano inocente está mal, y sin embargo lo sigue haciendo. Se excusa pensando, por ejemplo; “los experimentadores saben lo que hacen”, “él me está pidiendo que continúe”, “es necesario que yo continúe para que se realice el experimento”, etc.

Esto demuestra que la persona necesita tener la razón para salir de este conflicto, lo cual es representado en la película “Como Ícaro” (I comme Icare), en donde se produce una dramatización del experimento de Milgram, aunque con contacto visual entre el profesor y el alumno, ya que estaban en la misma sala.

Mientras uno de los experimentadores y un investigador policial miran desde arriba el transcurrir del experimento, ven que el “profesor” trata de ayudar al alumno queriendo indicarle mediante gestos la respuesta correcta. Allí el experimentador que observa dice:

E: Trata de disminuir su conflicto ayudando a la víctima.
I: ¿Y si ese conflicto es tan insoportable, por qué no se detiene?
E:
Si se detiene reconoce que no debería haber empezado en primer lugar, si continúa, justifica todo lo que ha hecho hasta ahora.

Esto nos confirma lo anteriormente dicho: el sujeto quiere tener la razón y la necesita para salir de este conflicto.
Podemos concluir entonces, que todos tenemos este tipo de conflictos, desde en nimiedades hasta dilemas más importantes. Y casi todo ser humano, en condiciones extremas y similares a las planteadas en el experimento, es capaz de dejar su autonomía de pensamiento y someterse a la autoridad, obedeciendo ciegamente sin importarle qué daño pueda causarle al otro.

Notas de aclaración:

(1)
Según fuentes, el estudio también fue realizado a mujeres. En la transcripción del aviso original dice “personas” y no “hombres” únicamente. Los resultados en las mujeres fueron iguales que en los hombres, aunque éstas se mostraban más nerviosas y culpables.

(2)
Cuando la autoridad está cerca, es más fácil obedecer. La presencia de la mirada de alguien que vigila es una presión psicológica necesaria para la obediencia. Así como planteaba Michel Foucault con su teoría del panóptico en la cual la mirada constante y omnipresente de un vigilante hacía que los prisioneros no se revelaran.


Les dejo unos links de videos de youtube:
Experimento original: Link 1, Link 2
Película "I comme Icare": Link 1, Link 2

2 comentarios:

defenzor dijo...

que buena entrada

Anónimo dijo...

muy interesante