20 de julio de 2008

Milonga de mis amores, un año sin vos.

Los aniversarios suelen ser felices. Cada año que pasa es símbolo de algo, como cuando un hijo cumple su primer año de vida o hace un año se está en una relación con otra persona. Hoy voy a escribir algo muy personal. Este tema me está rondando la cabeza y el corazón desde hace justamente un año.
Entre otros calificativos, podría decirse que soy (o era) bailarina de tango.
Comencé hace cuatro años y medio, cuando no tenía todavía dieciséis años. Era muy inocente, y un aparato: la primera clase fui con unos jeans negros, una pollera encima, una remera gigante de color rojo, y zapatillas negras con cordones fucsias. El punto es que desde ese día comencé a tomar clases algunos sábados al mes, y luego todos mis sábados se volvieron tangueros. Peor aún fue cuando conocí las milongas. Los sábados se convirtieron en clase y milonga, y cuando terminé el secundario abusé del dinero que hacía trabajando y me iba unas cinco o seis veces por semana a bailar.
Una vez que uno se mete en el tango, difícilmente salga, siempre sostendré esto, aunque desde hace varios meses empecé a comprender a la gente que sí salía del mundo milonguero, o los que aparecen parcialmente.
Digo parcialmente porque cuando una iba casi TODOS los días, por supuesto que le parecía que quien iba una o dos veces por semana iba en forma esporádica.
El tango me vio madurar, me acompañó la primera vez que rompieron mi corazón juvenil, y la segunda también. Es decir que aunque mucha gente que no conoce piense que el tango es para viejos o siempre es triste y melancólico, no sólo son las letras lo que importa en el tango, es todo. La gente, el ambiente, el ego, el contacto, el ritmo, el abrazo, la noche, los zapatos, las miradas, el cabeceo, todo el ritual que significa sumergirse en el mundo del tango y ser devoto. Creo que todo esto encierra más que el concepto de “viejo” y “triste”.
Sí, el tango es melancólico, pero jamás me dio más tristezas de las que ya tenía. Un amigo me dijo una vez que él había entrado en el mundo del 2 x 4 en un muy mal momento de su vida, y que al escuchar las letras, él sentía que aquellos cantores le decían “yo también lo pasé”, y lo confortaba. Él baila excelente y es la persona con la que más conexión tuve bailando en mis buenos momentos. Es algo rarísimo e inexplicable, porque con muchas personas uno puede disfrutar bailar inmensamente, pero creo que encontrar ESA conexión de…no sé, no de predecir lo que va a
hacer el otro, pero sí sentir lo que va a hacer como si uno mismo fuera a ejecutar el movimiento, y no simplemente a responderlo (como tengo que hacer yo que bailo en el rol de la mujer).
En julio del año pasado fui a Córdoba Capital. Me dolían las piernas, al volver a Buenos Aires me diagnosticaron tendinitis. Pero no era un dolor importante, era como si tuviera las piernas duras. Pensé que era por el frío, o por no estirar. Disfruté de las milongas de Córdoba, y fui a bailar todas las noches.

Me recomendaron que tomara ibuprofeno y me pusiera hielo. Lo hice, pero al no estar conforme fui a otro traumatólogo. Me dieron sesiones de kinesiología, las hice, hice más y más y más y más sesiones de kinesiología. Pasaron los meses, y un traumatólogo dijo que quería inyectarme corticoides en la bursa (es una “bolsa” que amortigua el contacto entre las articulaciones y los tendones y músculos), así que salí disparando. Otro me dijo que era una combinación de muchas “itis” (bursitis, tendinitis, trocanteritis), y por fin, en diciembre di con un traumatólogo que me dijeron atendía muchas bailarinas clásicas. EN FEBRERO me atendió, me revisó y me dijo que para él no era una lesión en las piernas, sino que venía desde la cadera. Me hice una artroresonancia magnética de la cadera en la cual tuvieron que inyectarme por la ingle el líquido de contraste. Hermosa experiencia. En abril finalmente recibí mi diagnóstico certero: ruptura de labrum de los dos lados de la cadera.

El labrum es una membrana que rodea la cabeza del fémur, y al romperse (aunque sea un poquito, como en mi caso) causa dolor en la zona de la cadera, las piernas, acorta los movimientos, y repito: causa dolor.
Vamos a la práctica: lo que siento es una pesadez increíble en las piernas, como si estuvieran clavadas al piso (totalmente contrario a lo que tengo que hacer cuando bailo, y que lo hacía antes de mi dolor de piernas), siento cansancio porque me esfuerzo mucho cuando camino, hay veces que me duele menos, mas. Me duele si duermo de costado, tengo que dormir con una almohada en medio de las piernas o abajo si duermo boca arriba, me duele toda la parte de la pierna arriba de la rodillas, los gemelos me matan.
¿Cómo pasó? Porque tengo entre 10 y 15 kilos de más que debo bajar, y al bailar en puntitas de pie con tacos de diez centímetros, sobrecargué a mis débiles piernas.

¿Cómo se cura? La realidad es que con cirugía. Pero como soy joven, si bajo de peso, tomo las pastillas para la regeneración del cartílago, y hago kinesiología, tal vez en un LARGO (con mayúsculas e indefinido) tiempo se cure sólo.
Ya sé que no es la muerte. No me cortaron una pierna. Pero la suerte (y sin quererlo yo mismo) me sacó algo que era muy importante por mí. Trataré de recuperarlo nuevamente, pero el camino es difícil. Y no hablo sólo por la dieta, el dolor y las molestias. Hablo del llanto.

Perder aunque sea temporalmente al tango, fue como si me rompieran el corazón por tercera vez.

Casi todos hemos experimentado la sensación de escuchar una canción que nos transporta a otro lugar, a años anteriores, sintiendo casi el mismo cuerpo que teníamos en aquel entonces, la misma historia, el mismo aroma, el mismo ambiente. Eso me pasa con el tango, y realmente cada vez que sucede, cuando hay tangos que me recuerdan mucho mis noches más gloriosas, en las cuales bailaba como loca, conocía gente, y estaba contenta, entusiasmada; es inevitable que me llene de tristeza y me den unas ganas tremendas de llorar.
Me pasa seguido. Tengo que ir al baño para llorar dos minutos ahí y descargarme, así por lo menos no le arruino la noche a nadie, además de a mí misma. A veces algo sucede y me pongo un poco contenta, la noche repunta, pero la mayoría me voy con una sensación de vacío e impotencia, de sentir que voy a tener que esperar mucho para volver a poder ser lo que era antes adentro de una milonga.
El ambiente también me puede: la competencia, el ego, las miradas. Casi todo el universo tanguero se basa en las apariencias, y si bien he conocido gente con quien tengo una estrecha amistad, son casos aislados. Me encuentro con gente y me pongo contenta, pero en otros casos ver a algunas personas es una puntada en el estómago. Me dan ganas de vomitar.

Con todo esto quiero decir que es muy difícil para mí no bailar, no poder dar lo que daba antes, dar menos de la mitad de lo que podía, bailar mal para mi gusto, bailar con personas que antes bailaban conmigo y me decían que era una pluma, y ahora yo sabiendo que soy lo más pesado que puede haber. No es que soy una principiante y no sé de lo que me pierdo. Sé lo que me estoy perdiendo, y por más que todo el mundo me diga “Ya te vas a mejorar”, no me importa. El tiempo este, “aunque sea joven, y ya vaya a mejorar, y tenga tiempo”, nadie me lo devuelve y yo lo quería porque me hacía feliz pasar tiempo en el tango. Y me pongo triste, me pongo nerviosa, y así es como no puedo disfrutarlo.
Espero que pueda hacerlo otra vez.

3 comentarios:

Chun dijo...

Hola amiga! Matias desde Córdoba.. jeje, si, te leo :D

Fuerza! Tranqui! El tango es un clásico, por eso siempre va a estar. Apurate a curarte! Un beso grande!!

Nicolás López Zerpa dijo...

María, se nota que realmente amás el tango. ¿Por qué decir "era" bailarina de tango? Pronto vas a mejorar y vas a volver a bailar.
Saludos!
Lopecito, del ISEC

Anónimo dijo...

Mari de por Dios, una ni;a tan linda y valiosa como tu no deberias llorar....:) te quieor mucho te mando un besito desde lejitos...un besote..
by
Paulita