24 de abril de 2008

Querido Cicerón...

Luego de una charla con una amiga, me quedé pensando en la importancia de las cartas. De hecho, tan importantes son que hasta existe un género literario llamado género “epistolar”, al que pertenecen justamente aquellas obras escritas en forma de carta.
En la Epistolografía encontramos distintos tipos de cartas: privadas, públicas, oficiales, abiertas, doctrinales, científicas, poéticas, etc.
Hay muchos libros que nos develan la correspondencia de escritores célebres, con cambios drásticos o pequeños (dudo que no haya ninguno), lo que me lleva a recordar –porque no es ninguna novedad- que a las personas nos encanta husmear en la intimidad de los demás.
Algunos pecan de entrometidos, otros simplemente alguna vez en su vida han hundido sus narices en puño y letra ajenos.
Las que más me importan son las cartas privadas. Creo que son poderosas, ya que unas hojas de papel pueden arruinar la vida de alguien en solo minutos. En general éstas destructoras impiadosas son las cartas que se esconden, en las que encontramos la verdad. Por algo están escondidas.
Creo que todos deberíamos quemar aquellas cartas que contienen cosas que jamás quisiéramos revelar, y aunque suene una obviedad, la mayoría no lo hacemos. Las guardamos, así como los diarios íntimos, en lugares que creemos no pueden ser violados por nadie y confiamos en que padres, parejas, ó hijos, no van a violar nuestra privacidad.
Mentira. Todo el mundo busca en algún momento violar la privacidad de otro. O hasta a veces se topan con algo que no esperaban por accidente. No digo siempre, repito, no estoy de acuerdo con esa gente que se da las contraseñas con su pareja o que les revisan el celular antes que el dueño mismo del teléfono vea lo que le están enviando. Pero a la larga o a la corta, cuando hay una sospecha, hay curiosidad también.
Las cartas olvidadas en un cajón pueden ser mortales, pero aún peor son las cartas que escribimos pero no conservamos en nuestro poder, que están en manos del destinatario.
He escrito algunas cartas en las que puse mi alma, por lo que es un poco angustiante no saber si un pedazo de mí ha sido tirado a la basura, quemado o guardado en el fondo de un cajón. O aún peor, leído por otra persona que no sea a quien la dirigí.
Creo que mi reflexión termina acá. Simplemente: dejen de escribir cartas, y digan todo a la cara.

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